Vivimos en un mundo que constantemente nos ofrece soluciones rápidas: comidas ultra procesadas, hábitos sedentarios y estilos de vida acelerados. Sin embargo, si volvemos a la Palabra de Dios, descubrimos una verdad poderosa: la salud es una responsabilidad espiritual, y muchas veces, comienza con lo que colocamos en nuestro plato.
Un diseño divino para nuestro bienestar
Desde el principio, Dios mostró interés por nuestra salud integral. En Génesis 1:29, encontramos la primera dieta dada al ser humano:
“Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.”
Aquí vemos una alimentación basada en plantas, frutas y semillas —una dieta rica en nutrientes, antioxidantes, vitaminas y fibra. Estudios actuales coinciden con esta base al señalar que una alimentación vegetal balanceada puede reducir el riesgo de enfermedades cardíacas, obesidad, diabetes tipo 2 y ciertos tipos de cáncer.
El cuerpo como templo
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo nos recuerda en 1 Corintios 6:19-20:
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo...? Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”
Nuestra salud física no es algo secundario; forma parte de nuestro llamado cristiano. Comer con sabiduría y moderación no es solo una elección de bienestar personal, sino una forma de honrar a Dios con nuestras decisiones diarias.
Sabiduría y dominio propio en la alimentación
El libro de Proverbios, lleno de consejos prácticos, también nos advierte sobre los excesos. En Proverbios 23:20-21 leemos:
“No estés con los bebedores de vino, ni con los comilones de carne; porque el bebedor y el comilón empobrecerán…”
Aquí no se trata sólo de evitar el exceso, sino de cultivar el dominio propio, un fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Comer saludablemente no significa privarnos de todo, sino desarrollar una disciplina que nos libere de los hábitos que dañan nuestro cuerpo y nuestra alma.
Jesús, la comida y el alma
Jesús también usó muchas veces la comida como enseñanza espiritual. Alimentó a las multitudes, compartió la mesa con pecadores, y en la última cena instituyó el acto de comunión. Él comprendía que lo que comemos está profundamente conectado con lo que somos y cómo vivimos.
Además, en Juan 6:35, dijo:
“Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre.”
Esta declaración nos recuerda que, aunque una buena alimentación cuida el cuerpo, solo Cristo puede satisfacer el hambre del alma. Ambas necesidades —física y espiritual— son importantes, y ambas deben ser atendidas.
Tu plato no es solo una fuente de energía, es una expresión de tu mayordomía, de tu gratitud a Dios, y de tu amor propio. Comer bien no es una moda, es una forma práctica de glorificar a Dios y cuidar el templo que te ha sido confiado.
Así que la próxima vez que prepares tu comida, pregúntate: ¿Este plato honra mi salud y a mi Creador?
Referencias
Biblia Reina-Valera 1960.
Harvard T.H. Chan School of Public Health. "The Nutrition Source – Healthy Eating Plate." https://www.hsph.harvard.edu/nutritionsource/
Blue Zones by Dan Buettner. National Geographic Books, 2008.
"La Biblia y la salud: principios eternos para una vida sana", por George Pamplona-Roger, Editorial Safeliz, 2007.